Milagro infantil
Todos esos niños estaban a la espera de su muerte, afuera los padres angustiados más allá del dolor sabían que no existía esperanza
Ayer mi hija menor mientras me hacía cariño en mi calvita, me pregunta:
—Papá ¿Qué es eso?— Mientras me miraba una cicatriz de infancia.
Le expliqué que fue una piedra perdida que decidió kamikaze aterrizar en mi cabeza de niño y le conté que no era la única, pues tengo otra cicatriz, pero esa es por una lata de un panel eléctrico con el cual choqué.
—¿Tienes más cicatrices papá?— Al parecer el tema le interesó.
—Claro que sí— Respondí.
—Una en el brazo, otra en el talón de una cuerda que me quemó al querer cruzar un río en una tirolesa, y la que atesoro con más cariño es la que me hiciste tú—. Me miró sorprendida.
Así le conté que en el Valle de Elqui cuando ella era pequeña, al borde de una piscina, se tiró al agua y con sus primeros dientes de leche – que eran como navajitas – me cortó al lado de la ceja, aunque menos mal a ella no le pasó nada.
Y como siempre que hablamos, me dejó pensando. Con sólo cinco años sus preguntas son mí cotidiana inspiración. Casi todas las noches me llama para que le cuente alguna historia de la familia – las de la tía Anita son sus favoritas – y me bombardea amorosamente con sus dudas. Cuando ya se cansa, me hecha de su cama.
Después de hacerla dormir, agradecí por todas mis cicatrices, pues una cicatriz es una ancla del recuerdo, es una historia que se grabó en tu piel, es el testigo fiel de que pudiste ser valiente (y lo fuiste), pero principalmente es donde te gradúas de sobreviviente de tu propia existencia.
A sólo un día de cumplir medio siglo, acaricié todas mis cicatrices, mis trofeos de vida.
Las cicatrices del alma, esas ya no están. Mis hijos en su balsámica dulzura, no han dejado rastro ninguno de lo que alguna vez me pudo dañar el corazón.
Ellos son mis curanderos, mi medicina mágica contra el olvido.
Todos esos niños estaban a la espera de su muerte, afuera los padres angustiados más allá del dolor sabían que no existía esperanza
Vencer la gravedad, pero no así de simple, sino que desplegando toda la belleza del movimiento en el proceso,