Milagro infantil
Todos esos niños estaban a la espera de su muerte, afuera los padres angustiados más allá del dolor sabían que no existía esperanza
Vencer la gravedad, pero no así de simple, sino que desplegando toda la belleza del movimiento en el proceso, pero no sólo vencer la gravedad —esa aceleración de 9.8 metros por segundo al cuadrado— sino también vencer a la bestia opresora del comunismo que al igual que la gravedad busca aplastar al hombre libre contra el piso.
Rudolf Nureyev logró ambas, y una mujer chilena estuvo a su lado.
Nureyev era el prodigio del ballet ruso, el artista monumental que desafiaba las alturas y la física con su maestría. En una gira en Paris durante una cena —después de solicitar permiso a la KGB— conoce a Clara Saint, hija de una chilena que se deslumbra con la genialidad de Rudolf. Mientras conversaba con ella, lo llama un agente a un costado y lo reprende como a un niño: ¡Qué no hiciera lazos con extranjeros!…
Luego Clara lo ve bailar en «el lago de los cisnes» ¡Qué talento el de ese hombre! Obnubilada ella lo acompañó los días siguentes hasta que él debía partir a Londres a continuar la gira.
El 16 de junio de 1961 ya en el aeropuerto de Paris, Rudolf se entera que volvería a Rusia, no iría a Londres, presiente que era un castigo por hacer lazos de amistad con los locales, sería el fin de su carrera, se desespera y ruega llamen a Clara, quien llega una hora después. Al abrazarse y besarse en ambas mejillas, Nureyev le dice:
—Me quiero quedar aquí.
—¿Estas seguro? —replica Clara.
—Sí, haz algo por favor, por favor.
Al verlos tan juntos el agente pensó: «Qué mujer más estupida, ni se da cuenta que a este le gustan los hombres»…
Clara se alejó y fue a la policía, donde la instruyeron como este bailarín podía pedir asilo, ella se le acercó y le dijo que hacer. Rudolf temblaba, la libertad podía ser al fin más que un iluso sueño contrarrevolucionario.
Nureyev camino hacia los policías que Clara le había indicado y dijo las más bellas cinco palabras de su vida.
—Quiero quedarme en su país.
Más que palabras, fueron las llaves mágicas que le abrieron un ancho futuro lejos de la pestilencia sovietica. Y así Nureyev fue el primer artista ruso que pudo desertar del yugo ideológico que asfixiaba su país.
Esa misma noche Rudolf Nureyev ya tenía trabajo y hasta hogar, todo gracias a otro chileno… pero eso ya es otra historia.
Todos esos niños estaban a la espera de su muerte, afuera los padres angustiados más allá del dolor sabían que no existía esperanza
Ayer mi hija menor mientras me hacía cariño en mi calvita, me pregunta:
—Papá ¿Qué es eso?— Mientras me miraba una cicatriz de infancia.